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viernes, 1 de octubre de 2010

¿Uso o abuso de la tecnología?

“Tecnología” es hoy un elemento permanente de nuestra vida diaria: la usamos en nuestro vocabulario, en el trabajo, en la casa, en todo lugar y tipo de actividad. Ya no es un privilegio de científicos, sino algo común y corriente para todos.

Así, a diario utilizamos facilidades que, hace apenas algunos años, ni siquiera imaginábamos, especialmente al respecto de equipos y sistemas para comunicación: teléfonos celulares, Internet, Intranet, comunicación inalámbrica, etc., etc., etc.

La tecnología, de manera definitiva, ha cambiado nuestras vidas. Todos aquellos que un día dijimos: “¿Yo, usar una computadora? ¡Jamás!”, ahora no comprendemos cómo pasamos la mayor parte de nuestra existencia sin ella. Hoy, verdaderamente, es una herramienta imprescindible en el trabajo y un auxilio apreciado en los demás aspectos de nuestra vida.
Por ejemplo, gracias a la Internet tenemos acceso a lugares, culturas y enseñanzas que, de otra manera, serían inalcanzables. Con facilidad encontramos hoy respuestas que nos aclaran dudas o complementan conocimientos. Incluso, nos dan acceso a entretenimiento, música, arte y eventos maravillosos.

Sin embargo, cuando vemos tanta tecnología a nuestro alrededor, cabe preguntarnos: ¿Hasta cuánto es demasiado?

La tecnología que a los adultos nos maravilla es, para los niños y adolescentes, algo normal, hasta intrascendente. Por esa facilidad de integrarse a la tecnología, por su ansia de encontrar siempre cosas nuevas (lo que ayer les gustó, ya hoy les aburre), los fabricantes han visto en ellos un mercado repleto de oportunidades, que están explotando cada vez más. Y eso, encierra muchos peligros.

Porque, aunque cada vez contamos con más medios para comunicarnos, también cada vez nos comunicamos menos. He visto, en lugares públicos, cómo una familia se sienta a la mesa, y no se dirigen la palabra entre ellos: algunos hablan por el celular, otro está totalmente aislado escuchando su i-Pod, otro juega con el último modelo de Game Boy; uno más revisa su álbum fotográfico electrónico… Y, mientras, la vida pasa. ¡La vida real, no la virtual!

Pero existe otro peligro: el de los juegos electrónicos (video games) violentos.
En Estados Unidos, donde se llevan y analizan todo tipo de estadísticas, se ha levantado ya la voz de alarma. En primer lugar, se ha comprobado que los videojuegos violentos son adictivos; es decir, causan todos los graves efectos de cualquier otra adicción: el niño o joven adicto pierde el interés en el estudio, en los deportes, en sus amistades; se aísla, fomentando aún más su dependencia.

Como esos juegos no son gratis, hacen cualquier cosa por conseguir el dinero para comprarlos o usar las “maquinitas”, ahora tan populares como nefastas. En resumen, estos “e-adictos” malgastan su tiempo, dinero y futuro.

Pero esto no termina allí. Muchos psicólogos infantiles están considerando esos juegos interactivos violentos como “juegos de muerte” (deadly games), capaces de inducir conductas criminales y causar un daño (irreversible, se teme) en el cerebro de los niños y jóvenes, que les condiciona a llevar a la práctica todo aquello que han realizado “jugando”.
Jack Thompson, un abogado de Miami, crítico acérrimo de estos “deadly games”, ha documentado un caso en que el asesino —Devin Moore, un joven de 18 años— actuó de manera idéntica al juego con que usualmente se “divertía”, robando un auto y, posteriormente, asesinando a tres policías.

Por medio de estudios neurobiológicos, hechos a diferentes jovencitos mientras interactuaban con los mencionados videos, se han recopilado pruebas de cómo se afecta el cerebro en esos momentos. Thompson espera lograr, con dichas pruebas, una condena para los fabricantes de un juego especialmente violento (omito su nombre, para no hacerle propaganda), que sirvió de inspiración y entrenamiento a Moore. Será un paso importante para que esas grandes empresas se preocupen menos por sus ganancias y más por la salud mental de los niños del mundo.

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